En las sociedades europeas centrales a
finales de la década de los 60 del siglo XX y muy especialmente a
partir de la quiebra económico-energética de 1973, se evidenciaría el
cierre del modelo de crecimiento keynesiano, ligado a lo que se llamó el
“capitalismo organizado”, que entrañaba a su vez la prevalencia de la
opción reformista o “socialdemócrata” en las relaciones Capital/Trabajo.
Dan cuenta de esa quiebra un par de razones estructurales, nunca aludidas en las pseudo-explicaciones de la crisis que machaconamente nos proporcionan desde todo tipo de plataformas y de medios de difusión de masas.
Dan cuenta de esa quiebra un par de razones estructurales, nunca aludidas en las pseudo-explicaciones de la crisis que machaconamente nos proporcionan desde todo tipo de plataformas y de medios de difusión de masas.
Por un lado, la automatización o, en
general, la tendencia al desarrollo de las fuerzas productivas, que se
supone inherente a la acumulación capitalista, tiende a la mayor
utilización de (e innovación en) tecnologías intensivas en capital.
Estas últimas entrañan una significativa menor utilización de fuerza de
trabajo por unidad de capital invertido, lo que además de provocar una
tendencia hacia la eliminación de empleos implica una consecuencia
realmente grave para el funcionamiento capitalista, que es la
sobreacumulación de capital invertido por unidad de valor que se es
capaz de generar (digamos que al reducirse la masa de valor representada
por la fuerza de trabajo, se restringen cada vez más los impactos de
los aumentos de la productividad en la elevación de la tasa de
plusvalía, y se limita también la conversión de plusvalía extraordinaria
en ganancia extraordinaria, que es el objetivo básico de la inversión
capitalista). Este proceso transcurre paralelo a otro de igual calibre, y
es que la tecnificación de los procesos productivos va dejando cada vez
menos tiempo de trabajo excedente del que apropiarse para la obtención
de plusvalía, ya que el trabajo necesario de los seres humanos (la mano
de obra) va quedando más y más reducido con el desarrollo tecnológico.
Esto implica que con cada aumento de composición orgánica de capital el
aumento proporcional de la plusvalía es menor.
Por otra parte, se desata una feroz batalla en torno al I+D, que
deviene cada vez más onerosa, dado que la rápida caducidad tecnológica
no permite la satisfactoria amortización del capital invertido.
Estos procesos están en la base de la crisis de valorización del
capital, que es la causa profunda o histórica de la crisis que padecemos
en la actualidad, que no es sino la prolongación angustiosa de aquélla.
En todo este tiempo el capitalismo se ha desorganizado de nuevo a
través de su versión “neoliberal”, dejando de lado la reforma progresiva
de sí mismo y emprendiendo una ofensiva unilateral de clase en todos
los frentes contra la población que vive de su trabajo.
Toda una trama de recetas “neoliberales” se pusieron en marcha, si no
para salir de esa crisis (que en sí misma el capital no puede
exorcizar), al menos para huir de ella hacia adelante. Entre las más
importantes:
1) Aumentar la explotación de la fuerza de trabajo. Tanto
extensiva (duración de la jornada, horas extras, aumento de días de
trabajo anuales, elevación de la edad de jubilación…), como intensiva (a
través del propio proceso de tecnificación de los procesos productivos
y, en general, de desarrollo de fuerzas productivas).
Esto se hizo con relativa escasa resistencia de la población gracias a
la alta capacidad de sustitución de la fuerza de trabajo que
proporcionaron al capital principalmente tres factores: a) el incremento
del ejército de reserva mundial que se produjo con la entrada del
Segundo Mundo (URSS, China, etc.) en la órbita capitalista, con una
fuerza de trabajo enormemente más barata; b) una fuerza de trabajo
migrante a escala global, lista para desempeñar el papel de ejército de
reserva a discreción; c) la deslocalización empresarial, que significa
que son las empresas las que emigran allá donde los costos de capital
variable y circulante son menores y las exacciones fiscales mayores.
Con ello el poder social de negociación de la población trabajadora
se fue a pique, y la fortaleza sindical (de unos sindicatos que además
habían adaptado sus estructuras y estrategias a la época de los pactos y
a la institucionalización del conflicto) quedaba seriamente mermada.
Esto queda patente en la pérdida de poder adquisitivo de la fuerza de
trabajo en general, así como en el reparto de la riqueza social. En el
Reino de España, la participación depurada de los salarios bajó de casi
el 75% al 61% del PIB, calculado según costes de factores, entre 1967 y
2007, lo que es congruente con el hecho de que el salario promedio real
esté prácticamente estancado desde principio de los años 80.
En cuanto al aumento del tiempo de trabajo, para los años 1999 y
2002, según el CIS (Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo”), un
46,4% de los trabajadores prolonga su jornada laboral más allá de la
jornada nominal, y la quinta parte del conjunto de la población
asalariada (un 22,3%) lo hace sin compensación económica. Los
asalariados a tiempo completo, según Eurostat , trabajan un promedio de
8,5 horas extra a la semana, de las cuales 4,7 horas no son pagadas (lo
que quiere decir que más del 10% de la jornada laboral regular acordada
por convenio se le regala a la patronal). No hablemos ya de la
temporalidad o en general precariedad laboral del mercado de trabajo
español.
2) Recortar la parte de contribución al conjunto social que aporta
el gran empresariado. En general, eximir de impuestos a los ricos, al
tiempo que se aumenta la carga impositiva sobre la población
trabajadora.
Así, tomando de nuevo el ejemplo español, si en 2005 las rentas del
trabajo sufrían una carga impositiva del 16,4%, las rentas del capital
sólo tenían un 7,4%, es decir, menos de la mitad. Trece años después, en
2008, la situación apenas ha variado: 16,7% para las rentas del
trabajo, 8,6% para las del capital. Esto hace que lo recaudado en la
actualidad de la población trabajadora sea más de 9 veces el monto total
recaudado del mundo del capital. Todo ello sin contar la evasión fiscal
consentida, como consentidos están los paraísos fiscales.
Según el GESTHA, organismo de los cargos técnicos e inspectores de
Hacienda (http://www.gestha.es/), las grandes fortunas y empresas
españolas evadieron 42.771 millones de euros sólo en 2010. Si a ello
añadimos la evasión de la pequeña y mediana empresa, según esa misma
fuente, obtenemos 59.032 millones. Sumando a esto el fraude a la
seguridad social que se realiza a través de la economía sumergida, nos
da la enorme suma de unos 90.000 millones de euros. Los recortes
sociales impuestos por el gobierno del PSOE para el periodo 2010-2013
ascienden a 50.000 millones de euros. Es decir, se podría no hacer un
solo recorte si los ricos pagaran lo que les corresponde (que ya de por
sí es proporcionalmente muy poco en comparación con lo que paga el resto
de la sociedad).
3) Reducir los servicios y gastos sociales en el conjunto de la población
Ya antes de la crisis de finales de la primera década de los 2000, si
miramos los datos del Reino de España en protección social, entre 1994 y
2005 se redujeron esos gastos del 22,8 al 20,8% del PIB . En la UE, a
pesar de estar mucho más altos, como promedio también descendieron esos
gastos: entre 1993 y 2002 pasaron del 27,4 al 26,9% del PIB .
4) Apropiarse privadamente de los bienes públicos (esto es, la
reprivatización o lo que se ha llamado también acumulación privada por
desposesión colectiva).
Esto afecta tanto a los servicios públicos (sanidad, educación,
transporte, comunicaciones, etc.), como a las infraestructuras (red
viaria, instalaciones…), como a la riqueza natural o ecológica
(territorios, recursos naturales, patentización del genoma de las
especies…), etc.
5) Reducir sustancialmente el capital destinado a la inversión en
producción, dado que ésta ya no es tan rentable por sobreacumulación, y
dedicarlo al préstamo y al ‘juego’ bursátil, esto es, básicamente a la
especulación. Como si imparablemente el dinero pudiera generar dinero
por sí mismo, fuera de la producción. Pero como eso sólo era un
espejismo lo que se generó fue una enorme pirámide invertida de capital
de crédito-deuda y especulativo en relación al capital real. Es decir,
se creó una ingente suma de capital ficticio.
El Bank for International Settlements en su Quarterly Review de junio
de 2011, reportaba haber recibido datos bancarios hasta diciembre de
2010 por un total de 601 billones de dólares en derivados emitidos, lo
que supone más de 10 veces el PIB mundial. Otras fuentes consultadas por
el Observatorio Internacional de la Crisis
(http://www.observatoriodelacrisis.org/), sin embargo, estiman ese monto
de capital ficticio en torno a 30 veces la riqueza mundial “real” (es
decir, ¡en torno a los 1200 billones de dólares!).
Esto ha sido posible gracias a la desregulación del sistema bancario y
de las finanzas, que ha permitido crecer a costa de endeudamiento
(proceso que recibe el nombre de “apalancamiento”). En este caso
hablaríamos de “crecer ficticiamente” (dado que el apalancamiento ha
sido a costa de un capital “ficticio”). Al mismo tiempo, los Estados
hacen dejación de su soberanía, permitiendo que los Bancos Centrales se
independicen de ellos, mientras que ellos mismos pasan a emitir títulos
de deuda en los mercados financieros mundiales, con lo que entran como
cualquier otra entidad en el “rating internacional de riesgo”
dictaminado por agencias privadas, obligándose a llevar a cabo políticas
ortodoxas monetarias y fiscales subordinadas a los intereses del
capital financiero internacional.
A pesar de todo ello, el intento de resolución de la crisis de
valorización a través del empobrecimiento de las poblaciones y del
detraimiento del gasto público, ha venido generando más y más obstáculos
para la realización de la ganancia (que sólo se puede consumar mediante
la venta). Esto se conoce como crisis de realización que, por mucho que
se haya intentado regatear a costa del crédito, la caducidad cada vez
más prematura de los productos o el consumo de lujo entre otras
opciones, no ha hecho sino agudizarse con los crecientes recortes
salariales y sociales, agravando aún más, consecuentemente, la ya
cronificada crisis de valorización, pues se entra en un bucle de
sobreproducción-subconsumo, como causa derivada, del que en otros
momentos históricos sólo se salió a través de la guerra o la expansión
económica a nuevos territorios.
Lejos de atacar ese bucle, las medidas que se toman son sólo de
evasión, destinadas a dar un poco más de tiempo a los grandes capitales.
Porque en sí mismas son procíclicas, esto es, tendentes a perpetuar y
reforzar la crisis. Así el creciente retraimiento de la inversión del
Estado, la disminución de los servicios sociales, la bajada de salarios,
el aumento de impuestos a la población trabajadora, la pérdida general
del poder adquisitivo de las poblaciones y la drástica disminución del
consumo conllevan la acentuación de la crisis de realización (esto es, a
dificultar la venta que es como se realiza la ganancia capitalista).
Socavan tan drástica como patentemente, además, los ingresos del Estado y
por tanto su capacidad para intervenir como agente económico.
De todo esto se percata cualquiera. El capitalismo histórico no pudo
salir de ninguna gran depresión sin una fuerte inyección de gasto
público, sobre todo desde que alcanza su fase de monopolización en el
último cuarto del siglo XIX. Sólo el fortalecimiento de los servicios y,
en general, de la economía pública, podría dar algo más de margen a la
acumulación capitalista. Luego, la pregunta clave es ¿porqué se están
llevando a cabo políticas económicas procíclicas, esto es, tendentes a
la depresión?
No valen las respuestas que apelan al “despiste” o a la “falta de
cordura”, como se repiten por doquier últimamente cuando ya no parecen
quedar otras “salidas” para explicar la crisis sistémica en la que nos
encontramos.
Mejor ofrezcamos aquí algunas otras posibilidades de respuesta, que pasan por distintas claves:
I. Claves de relación de clase
1. Hay un profundo cambio en la composición interna del poder
mundial y de los poderes en cada formación socio-estatal. La lucha de
poder entre las clases dominantes y entre las distintas expresiones del
capital, nos llevan a un escenario en el que el capital financiero
mundial trata de hacerse con el mando del sistema, estrangulando el
poder del capital productivo, y en que las entidades estatales siguen
actuando para sí, más allá de la dimensión universal del capital, con la
consiguiente pugna de intereses también entre las distintas burguesías
estatales, combinada con la tradicional supeditación de las burguesías
de las formaciones más débiles (lumpenburguesías y burguesías delegadas)
a las de las más fuertes.
2. Sin embargo, ambos capitales (productivo y de
interés-especulativo), junto al rentista, así como unas y otras
burguesías estatales, se coordinan y aprovechan la coyuntura para
reestructurar el poder de clase y golpear la fuerza histórica conseguida
por el Trabajo, rebajando al máximo su poder social de negociación y
desbaratando todos los dispositivos de preservación de esa fuerza y de
regulación de la relación Capital/Trabajo, así como las formas
institucionalizadas de pacto de clases, propias del “capitalismo
organizado” keynesiano, e incluso del Estado popular o populista de
muchas de las formaciones periféricas. Deprimiendo en general, más allá
de ciertas excepciones que merecen análisis aparte (el grupo ALBA en
América Latina, por ejemplo), las condiciones sociolaborales de las
poblaciones.
II. Claves económico-estratégicas y geoestratégicas (político-militares).
Asistimos también a una lucha entre Estados vinculados al capital
financiero-especulativo (los anglosajones, especialmente) y los ligados
al capital productivo-extractivo (Alemania, China, Rusia, sobre todo).
Cruzándose con ella, se da la pugna del hegemón actual (EE.UU.) y
países centrales subordinados (buena parte de la UE occidental, Japón,
Canadá, Australia), con el potencial hegemón del siglo XXI (China), más
sus posibles aliados (¿Rusia?). Las claves pasarán por un lado, por la
toma de postura de unas y otras formaciones periféricas (especialmente
India y los países decisivos de América Latina). Por otro, esas claves
estarán vinculadas a la evolución de las crecientes rivalidades entre
las potencias centrales y la decantación estratégica futura de la Gran
Alemania (que puede ser la sustituidora de la UE, una vez que haya
terminado de adueñarse de Europa o al menos de desencuadernar la
capacidad agencial del resto de formaciones estatales europeas).
Estas medidas o procesos tienen, no obstante, al menos dos grandes
elementos contradictorios y una constatación de gran importancia.
Las contradicciones:
a) El permanente socavamiento del capital productivo implica el
estrangulamiento del propio modo de producción capitalista, pues sólo de
él se genera la acumulación de capital.
b) Al mismo tiempo, al destruir la capacidad adquisitiva de los
productores, se destruye, como hemos indicado ya, la de los
consumidores (pues en el sistema capitalista unos y otros son los
mismos y constituyen el único sustento final de la producción
capitalista, dado que tanto las entidades empresariales como estatales
son sólo consumidores intermedios del consumo final, que es el de la
población).
La constatación es que no hay nadie al frente de la nave capitalista,
no hay una entidad de comando. Lo cual ha sido el gran déficit de la
universalización del sistema capitalista como Sistema Mundial: su
incapacidad de desarrollar una entidad rectora del tipo del Estado que
generó para su fase de acumulación socio-nacional.
A partir de todo ello, además, podemos atrevernos a formular algunas
posibles implicaciones, aunque sea (todavía) en forma de preguntas.
La ruina consciente de sus propias bases de existencia, ¿quiere decir
que de alguna manera el Capital está haciendo las maletas hacia otra
forma de dominación? Si es así, ¿cuál?:
• ¿Una forma de extremación del capitalismo salvaje a escala
mundial, funcionando a partir de un todavía muchísimo más reducido
número de consumidores que en la actualidad?
• ¿Un postcapitalismo, con otras formas de acumulación-dominación y de apropiación de los (cada vez más escasos) recursos?
Para ambas salidas necesitaría de medidas drásticas frente a la
Humanidad, y éstas pasarían de forma necesaria por la opción bélica a
gran escala. Podría estar combinada con otros procesos catastróficos de
carácter sanitario-epidémico y ecológico.
Irreformismo del sistema
En cualquier caso, y de momento, esta guerra de clases desde arriba,
unilateralmente desatada por el Capital cuando en las formaciones
centrales el Trabajo más amodorradamente integrado en el orden
capitalista de consumo se encontraba (por más que en las últimas décadas
fuera gracias al crédito –también en gran parte “ficticio”-), y en las
periféricas ese consumo y niveles de vida se habían convertido en la
aspiración legitimadora del sistema, no hace sino proclamar el
agotamiento de las posibilidades del reformismo, parejo a la crisis
sistémica y civilizatoria a que con toda probabilidad conducirá el
colapso de la acumulación capitalista en sus núcleos centrales. El
acoplamiento de las formaciones periféricas y la crisis ecológica nos
dirá hasta qué punto y hasta cuándo será posible que esa acumulación se
traslade a éstas.
Mientras tanto, el resultado es una acentuada deslegitimación del
orden socioeconómico que la alternancia de dos partidos en las
diferentes elecciones presidenciales no podrá frenar por mucho más
tiempo . Entramos, forzados por el desgaste del sistema y la ofensiva
del gran capital, en una más que probable nueva era de enfrentamientos
de clase. Estos se verán adaptados, más pronto o más tarde, a los nuevos
contextos de dominación y de acumulación del capitalismo degenerativo.
Su dinámica antagónica y sus resultados irán proporcionando los
elementos constructivos del mundo del siglo XXI.
Se hace, en cualquier caso, cada vez más probable que en su
desesperada salida cortoplacista, el mundo rico despierte al monstruo
que dormía, al que tanto ha temido siempre: las fuerzas del trabajo
organizado (y sublevado).
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