Un director de una antigua oficina de Caixanova en la provincia de
Pontevedra explica que las presiones que recibían los empleados para
colocar las preferentes a los ahorradores eran “muy fuertes” y siempre
se les decía que era un producto con líquidez inmediata y garantizado
“al 100%”.
Los problemas comenzaron a intuirse con la última emisión de
participaciones preferentes, realizada en 2009, cuando la CNMV
incrementó su vigilancia sobre un producto que, por su complejidad, no
debía distribuirse a ahorradores que no querían estar sujetos a los
vaivenes del mercado.
El director, que prefiere mantenerse en el anonimato, señala que los
empleados del nuevo banco ni siquiera tuvieron conocimiento de que la
entidad iba a dejar de pagar los intereses que producían las preferentes
hasta el último minuto. “El día antes de que se anunciase que ya no se
podían pagar los intereses todavía nos decían que aguantaramos el tipo y
les dijesemos a los clientes que se iba a encontrar una solución. Nos
dejaron con el culo al aire”, explica el empleado.
Aunque este director de oficina es consciente de que a los
suscripitores de este tipo de productos no hay que facilitarles una
cartilla, explica que a algunos sí que se les facilitaba una libreta. Se
supone que la intención era que tuviesen constancia de su inversión con
un formato al que estaban más acostumbrados. El problema es que la
cartilla reforzaba la idea de que el producto contratado era un depósito
y no las temidas preferentes, de las que la mayoría solo escucharon
hablar hace unos meses, cuando estalló el escándalo.
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